WEllington, Nueva Zelanda, es conocida como “la ciudad de los vientos”. El profesor Thomas Patrick Dwyer, entonces estudiante de sociología que trabajó duro para sobrevivir y pagar sus estudios, descendía de un edificio de 16 pisos utilizando el andamio flotante, cuando una ráfaga de viento sacudió a lo lejos los equipos de madera y hierro del tamaño de. el edificio. Fue una suerte que él y otro trabajador no se desplomaran desde esa altura.
Este incidente inspiraría una investigación sociológica sin precedentes sobre los accidentes laborales. Con ella, Tom Dwyer –como él mismo se presenta– obtuvo su doctorado en la École Hautes Études en Ciences Sociales, de París. La tesis contradice lo que predica la literatura, según la cual el 85% de los accidentes ocurren por culpa de individuos. En opinión del autor, la mayoría de los casos son sistemáticos, resultado de las relaciones sociales. Por eso la sociología puede contribuir en gran medida a comprender y prevenir el problema.
La investigación se centró en un microambiente, el que vivieron anteriormente el propio Dwyer como trabajador y, en Francia, los trabajadores tunecinos, argelinos y yugoslavos del sector de la construcción que entrevistó. En los años siguientes, la tesis ganó terreno hasta convertirse en una teoría inédita, presentada en un libro publicado en Estados Unidos en 1991. Agora Vida e Morte no Trabalho es publicado en portugués por la Editora da Unicamp.
“Después del incidente que casi me lleva a la muerte, me di cuenta de que algo andaba mal en el sitio de construcción. Los trabajadores participaban regularmente en reuniones de seguridad y había carteles por todo el sitio. Sin embargo, detrás de escena, recibimos un 'incentivo' para trabajar de manera peligrosa”, recuerda Tom Dwyer, hoy profesor del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas (IFCH) de la Unicamp. “Se pueden añadir cinco dólares o más a tu paquete, si muestras iniciativa”, sugirió el jefe, preocupado por los retrasos en los trabajos provocados por los vientos del verano.
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Con urgencia, Dwyer comenzó a investigar la literatura sobre accidentes laborales y observó que trataba esencialmente de aspectos administrativos, de ingeniería y psicológicos. “La literatura ignoró la dimensión de 'incentivos' y varias otras dimensiones. ¿Cómo podemos culpar al trabajador de un accidente, si por encima de él están el directivo y los profesionales cualificados, responsables de un aparato que impide incluso el ejercicio de la individualidad en la obra?”
Tom Dwyer también se dio cuenta, a través de monografías, de que la antropología y la sociología abarcaban muchos accidentes laborales, pero de un modo completamente divorciado de otras especialidades, como la ingeniería de seguridad, por ejemplo. “Por eso, en mi doctorado en París, comencé a formular una teoría para decir que los accidentes eran un problema del sistema y no sólo técnico o individual, que era posible analizarlos en términos sociológicos”.
En aquella época de estudiante, el profesor también trabajaba en las fábricas de Ford y Chrysler, montando una central telefónica –“una tarea tan aburrida como enhebrar hilos en agujas”– y cargando y descargando mercancías de pequeñas embarcaciones en el puerto de Wellington. “El trabajo más duro fue el de recolector de basura. Pero ese era el camino. En un país con poca desigualdad social es posible ganar mucho dinero con estos trabajos”, coincide.
Dwyer a menudo aprendió en oposición a la bibliografía, ya que no encontró respuestas a las experiencias que tuvo en ella. Para profundizar sus conocimientos, en Francia, también tuvo el “privilegio” de ser asesorado por el sociólogo Alain Touraine, creando entre ellos una empatía fácilmente justificable que se transformó en amistad. “Había trabajado en minas de carbón después de la Segunda Guerra Mundial. Esto hizo que nuestro diálogo fuera muy fructífero, ya que era tanto teórico como empírico”.
La teoría - El profesor del IFCH explica que la noción moderna de accidente de trabajo nació en Inglaterra, la primera sociedad industrial. “A principios del siglo XIX ya encontramos encuestas que hablaban del papel que desempeñaban las horas excesivas de trabajo, la explotación de mujeres y niños, la falta de cualificación y la desorganización en las fábricas. Fue un pozo de protesta social”.
Según Dwyer, la opinión predominante era que el accidente fue causado por condiciones inseguras o por actos inseguros. “La ley fue creada para regular las condiciones de seguridad y juzgar las acciones de los trabajadores. Los problemas ahora se resuelven mediante la ley y ya no mediante la lucha social. Me tomó un tiempo descubrir esta desocialización del mundo, transformando las relaciones sociales en cuestiones legales, médicas, psicológicas o de ingeniería”.
Sin embargo, según el autor, los accidentes laborales son efectos negativos del funcionamiento de organizaciones complejas y se producen de forma sistemática. Así, la sociología y la antropología pueden ayudar a explicar desde un accidente con el torno de una fábrica hasta tragedias como Chernóbil y el avión Gol, pasando por errores médicos y errores en sentencias judiciales.
Dwyer clasifica los motivos que llevan a una persona a exponerse a riesgos en el trabajo: el nivel de recompensa, donde las personas trabajan peligrosamente por más dinero (recibiendo horas extras o la posibilidad de un ascenso); el nivel de mando, marcado por el autoritarismo, en el que la tarea se realiza bajo amenaza de castigo; y el nivel de organización, que engloba la falta de organización y coordinación en el lugar de trabajo o de cualificación profesional, produciéndose la mayoría de accidentes en las sociedades industriales en este nivel.
avión gol – El accidente entre el Boeing Gol y el avión ejecutivo Legacy, que mató a 154 personas en septiembre del año pasado, es quizás emblemático de la teoría de Tom Dwyer. “La primera noticia que apareció en los periódicos fue que los pilotos estadounidenses no estaban cualificados para pilotar un Legacy, es decir, se planteó la cuestión de la falta de cualificación”, recuerda el profesor.
La segunda hipótesis, centrada también en los pilotos, fue que tenían sus equipos apagados, lo que les permitía viajar a una altura superior a la determinada en el plan de vuelo. La motivación de los pilotos para ello sería el deseo de acortar el tiempo de vuelo, según algunas versiones, o presumir ante pasajeros importantes demostrando una alta capacidad profesional.
“Entonces vino el ministro, asegurando que el sistema de control aéreo brasileño era técnicamente perfecto, cuando después supimos que el sistema es un caos, con conflictos entre diferentes grupos de controladores, sistemas de mando poco claros, falta de capacidad comunicativa, viajes muy largos y excesivos. exigencias debido al elevado número de aviones que hay que controlar en determinadas situaciones”, observa Dwyer.
La investigación sobre este accidente no ha concluido, pero el autor señala en el libro que en casos similares la gente siempre intenta responsabilizar a las personas y no al sistema. "La gran excepción entre los accidentes contemporáneos fue el de la nave espacial Challenger, cuya investigación puso de relieve las fallas organizativas y de comunicación de la NASA".
Error médico - El profesor extiende su teoría al ámbito del error médico, cuya culpa normalmente recae en los profesionales de la salud, cuando muchas veces es responsabilidad del régimen bajo el que trabajan. “El servicio médico, por ejemplo, es algo escandaloso, cuando exige jornadas laborales de 24 e incluso 48 horas. En Estados Unidos, se prohibió la guardia debido al riesgo de error médico”.
Dwyer destaca que los procedimientos médicos siempre funcionan con grados de incertidumbre, lo que conduce a una falta de cualificación. La propia Sociedad Brasileña de Medicina admite la mala formación como causa de error médico. “Sucede que la entidad se cierra cuando nos proponemos investigar esa relación social. Los estadounidenses tienen libros y libros sobre errores médicos, tratando de buscar sus causas. Aquí el fracaso siempre se ve como algo individual y no se afronta el problema. Es una tradición que continúa”.
Tom Dwyer admite que no todos los accidentes laborales pueden interpretarse sociológicamente, pero estima que su teoría explica alrededor del 80% de ellos. “Dicen que en Brasil, durante el régimen militar, las autopsias realizadas a trabajadores de la construcción encontraron que ni siquiera habían desayunado. La causa, ligada al nivel de recompensa, fue el estado nutricional. Afortunadamente, hoy pensamos más en términos compatibles con una visión sociológica que cuando comencé mi investigación. Necesitamos repensar las políticas de prevención”.
Vocación que viene desde la cuna
Tom Dwyer es hijo de inmigrantes irlandeses que se establecieron en Nueva Zelanda. Siempre se sintió extraño por vivir en la sociedad de otras personas y no en la suya propia. Esta relación de proximidad y distancia, según él, contribuyó a que se convirtiera en sociólogo y también a que estuviera siempre abierto al mundo.
Después de su doctorado en Francia, hizo su posdoctorado en Estados Unidos, venciendo la resistencia que tenía contra los yanquis. Te gustó lo que viste. Incluso antes de la publicación de Vida y muerte en el trabajo, circularon en las ciencias sociales varios artículos con las ideas de Dwyer. La gente tenía curiosidad y las invitaciones eran constantes.
El autor ha perdido la cuenta de los países en los que ha estado, impartiendo clases o conferencias en instituciones de Oceanía, Europa y Norteamérica. Como presidente de la Sociedad Brasileña de Sociología desde 2005, también visitó China y llevó la primera misión de científicos sociales de ese país a la Unicamp y a Brasilia.
La elección de establecerse en Brasil fue apasionante. Se identificaba con la forma de ser de las personas y pensaba que los sociólogos podían marcar la diferencia en una sociedad con tantos desafíos. También quedó impresionado por los estudiantes de posgrado, que leen en francés e inglés, dando a la sociología brasileña un rostro cosmopolita.
Por el momento, dos temas atraen la atención de Tom Dwyer. Uno de ellos es la introducción de la sociología en la escuela secundaria, dentro del ámbito de las ciencias sociales, para ayudar a esta generación de jóvenes a construir una sociedad más inteligente y más capaz de pensar en sus ansiedades y en el futuro.
El otro tema es la aplicación de metodologías informacionales en el estudio de los fenómenos sociales. En opinión del profesor, si el telescopio permitió a Galileo verificar la teoría de Copérnico, el ordenador –como un telescopio o un microscopio– permite al sociólogo un estudio mucho más sistemático y grandes avances en la comprensión de ciertas dimensiones de la vida en sociedad.